TEATRO: CONEJO BLANCO, CONEJO ROJO


El teatro que siempre vimos, se basa en algunas convenciones y necesidades: la obra (y el autor), el actor y el público, el director o directores, el espacio escénico, la presencia de conflicto en la obra, de manera de generar interés. Si los familiares de Romeo y de Julieta, no hubieran sido enemigos, todo habría transcurrido maravillosamente, todos hubieran dicho que sí, y todo habría resultado mortalmente aburrido. Pero aquí todo transcurre de manera diferente: el actor (Vanesa) está, pero no sabe lo que tiene que hacer; el director, no existe de manera convencional, sino que está a miles de kilómetros de distancia y dirige al actor y al público, por primera vez; el conflicto, el antagonismo entre el personaje y otra fuerza que se le opone, está, pero es diferente, tal vez es simplemente virtual; el público (aunque esto no es nuevo) participa de la actuación, pero participa plenamente, se vuelve un actor más, es dirigido y manipulado por ese director también virtual (o real) que está a miles de kilómetros, y años, de distancia.. Es que Conejo blanco, conejo rojo, tiene una estructura y una metodología verdaderamente singulares. El actor llega al escenario sin ensayos, sin idea de lo que tendrá que hacer, y se encuentra con un sobre cerrado al que abre, y donde encuentra las instrucciones de su actuar y su decir. El actor llega ignorándolo todo, virgen y, suponemos, aterrado para enfrentarse a instrucciones y parlamentos desconocidos. A partir de allí, deberá jugárselas con lo ignoto, poner en práctica todas sus sabidurías, enfrentándose a lo que vendrá. 

El público, que observa tranquilo e inocente desde la oscuridad en la que está sumido, descubre de pronto que deberá participar, que se convertirá en un actor más y que también deberá enfrentarse a lo que vendrá. El aparentemente único actor (el público es el otro, una especie de antagonista que en realidad no lo es), no monologa, sino que, al igual que el público, establece diálogo (el público también lo hace) con el autor-director que está muy lejos, en Irán probablemente, pero que lo controla todo. ¿Hay un conflicto? No, pero sí. Es en realidad un juego en el que todos estamos involucrados y que desata nuestro instinto lúdico, que atrapa nuestra atención, que impide que nos aburramos, y que, al contrario nos hace disfrutar intensamente y además, como público y como seres singulares, nos obliga a pensar. La estructura dramática, que sí la hay, está hecha de juegos y parlamentos simples, pero que son como una metáfora que iremos desentrañando paulatinamente. Hay, hasta algunos parlamentos hondos, casi metáforas también, y por ello se llenan de poesía, como cuando nos dice que la 18ª manera de suicidarse es vivir, o mejor, dejarse vivir, porque esa también nos lleva a la muerte.
Desde luego que la obra no debe contarse, y esto es otra imposición del lejano autor y director con la que todos coincidimos, pues vendrán nuevos actores y actrices, a proponernos, desde su propia singularidad, la misma y sin embargo otra versión de lo sucedido. En el caso de la sala Otero Moreno, son diez actores y actrices que se enfrentarán a lo desconocido en diez diferentes viernes.
No obstante, allí, en cada distinta ocasión, está el actor desnudo, solo provisto de lo que aprendió en años de oficio. Vanesa Fornasari nos ofreció un trabajo pleno de ternura, con la fuerza de su talento y de su enorme simpatía, con ese ángel que es parte de su ser y que, de a ratos, nos golpea con sus alas; allí está ella con su sonrisa, con su espontaneidad (pidió los lentes a su mamá, que estaba entre el público, para poder leer mejor el texto) con su aparente fragilidad que es, en realidad, fortaleza debido a sus enormes dotes como actriz; con todo aquello que sumado, constituye su belleza. Entonces, más allá de que ella haya sido mi estudiante en la Escuela Nacional de Teatro, me sorprendo descubriendo que cada día la quiero más, que lo que me da, me colma, que lo que nos dio, a cada uno de los que estábamos allí, nos hace vibrar como cuando éramos niños y jugábamos los infinitos y desafiantes juegos de la imaginación.
El que Otero Moreno (Ubaldo Nallar y sus compañeros) nos entregue la posibilidad de ver estas nuevas tendencias del teatro mundial, es, sin duda, algo que debemos agradecer. El haber disfrutado de lo lúdico, el habernos entregado sin reparo al juego planteado, habla de la calidad de esta creación de Nassim Soleimanpour y del trabajo de la actriz. Es algo diferente y nuevo que, precisamente por ser diferente (ya que no se trata de uno de los extraordinarios textos de Shakespeare o de Calderón) y bueno, nos sumerge en un inédito y distinto río de luz, que nos llena con su frescura.




Autor: Nassim Soleimanpour
Actuación: (En esta oportunidad) Vanesa Fornasari
Teatro Otero Moreno (Café Lorca) Todos los viernes.

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